LUIS CENOBIO CANDELARIA LOGRA REALIZAR EL PRIMER CRUCE DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES EN AVIÓN. El teniente LUIS CENOBI0 CANDELARIA, era un joven oficial aviador de 26 años, nacido en Buenos Aires. Hizo estudios de diversa índole en la zona de Neuquén y allí comenzó su sueño de cruzar la Cordillera de los Andes en avión. Se radicó en Buenos Aires e ingresó en la Escuela de Aviación Militar, donde recibió su diploma de piloto aviador militar.
En 1915, las damas mendocinas le regalaron a dicha Escuela un avión «Morane Saulnier» Parasol de 80 HP y desde entonces, Candelaria se dedicó por completo a restaurarlo. Era un monoplano que pesaba menos de 300 kilogramos, tenía una autonomía de vuelo de tres horas y estaba construido de madera, revestida con tela de lino. Tenía roturas en el fuselaje, serios daños en el motor y carecía de hélice. Su único instrumento indicaba los niveles de nafta y aceite, Con la ayuda de un mecánico, Candelaria puso el avión en perfectas condiciones. Su motor fue montado con partes que tuvo originariamente dicha máquina y con otras del «Morane» de Jorge Newbery.
En marzo de 1918, próxima ya la fecha conmemorativa de la batalla de Maipú, pidió a las autoridades que lo dejaran participar con la aeronave, en los festejos de los cien años de dicha batalla, pero no se le concedió el permiso solicitado. Se trasladó entonces en tren a Zapala (Neuquén), con el propósito de realizar reconocimientos en esa zona, decidido a cumplir su sueño. El cruce de la Cordillera en su avión, ya era una obsesión.
Desde que JORGE NEWBERY, desapareciera en vísperas de intentar la hazaña tantas veces soñada de cruzar el macizo andino, existió una auténtica emulación entre nuestros aviadores para realizar este vuelo. El entonces Teniente PEDRO L. ZANNI fue el primero en acometer la empresa efectuando dos tentativas los días 13 y 17 de febrero de 1917 con resultado adverso y salvándose milagrosamente en la segunda de ellas.
Juntamente con su fiel mecánico y amigo MIGUEL SORANO, el Teniente CANDELARIA arribó a Zapala el 5 de Abril de 1918. Llevaba con él al «Clavileño», un Morane Saulnier de 80 IIP, frágil aparato de madera, tela y alambres con el cual habría de vencer los Andes (1). Una vez alistada la máquina, el 8 de abril, efectuó un vuelo de ensayo. Se elevó hasta los 3.800 metros recorriendo la cordillera desde Chachil hasta el paso de Sainuco, frente al Palau, pero el viento patagónico, con su terrible fuerza, lo obligó a descender en la última localidad. Pero CANDELARIA ya había averiguado lo que deseaba saber: Su «Clavileño» – era capaz de afrontar la furia de los vientos patagónicos. El día 10 repitió el ensayo y como al día siguiente la violencia del viento le impidió una tercera prueba, el joven militar tomó la resolución definitiva: desarmó el avión y regresó a Zapala.
El día 13 en horas de la madrugada SORIANO comenzó a armarlo de nuevo preparándolo para la empresa. Era un día martes y 13. CANDELARIA no era, por lo visto, supersticioso. O tal vez lo fuera, pero al revés. Confiaba en su estrella.
Un grupo de amigos rodeaba al aviador y a su macánico y contemplaba con el alma en un puño al frágil aparato con el que CANDELARIA iba a intentar vencer las alturas andinas. Todos están visiblemente emocionados pero él está tranquilo. A las 2 de la tarde el mecánico le informa que todo está listo para el vuelo y ese mismo día a las 3 de la tarde CANDELARIA pone en marcha el aparato.
Ruge el motor, el «Clavileño» trepida violentamente, saludan los amigos emocionados y CANDELARIA despega confiado en busca de la gloria. Asciende rápidamente hasta alcanzar una altura de 2.000 metros y se dirige hacia el Este. Recorre, volando contra el viento, unos 40 kilómetros y de inmediato vira hacia el Oeste, pasando a las 3,35 por el punto de partida hacia el Chachil. Al pasar, hace a su mecánico una señal convenida por medio de la cual los espectadores se enteran que el piloto ha resuelto enfrentar a los Andes. Estalló el entusiasmo incontenible de los amigos, pero Candelaria no puede oirlos. Tiene ya frente a sí al temible macizo andino y sabía que, como el avión no tenía protección alguna para el piloto, debía soportar durante toda la travesía, las molestias de un terrible viento y de las bajísimas temperaturas.
Siguió subiendo y llegando a los 2.900 metros, ya le fue posible superar el obstáculo que ofrecía la cadena de Chachil (2.339 msnm). La débil estructura del “Clavileño” se estremece peligrosamente, como si no pudiese resistir el formidable embate de los vientos cordilleranos. Pero la mano del piloto no tiembla, sabe que la máquina responderá y gira hacia El Palau, elevándose hasta 4.000 metros para eludir el poderoso viento de las alturas. Navega luego, a 3.500 metros, hacia la laguna de Quillón y volando a una altura de 3.000 metros, siendo las 4 y 27 de la tarde, habiendo recorrido una distancia de 230 kilómetros en 2 horas y 30 minutos y alcanzando una altura máxima de 4.100 metros.. cruzó el límite internacional, pudo dar por cumplida la hazaña de cruzar en vuelo la Cordillera de los Andes.
Su plan era llegar hasta Temuco, en Chile, pero la niebla, el tenaz viento cordillerano y las bajísimas temperaturas lo obligaron a descender en un poco antes de llegar allí. Empezó a reducir el motor y a picar la máquina, para finalmente cortar contacto y en planeo, buscar un campo de aterrizaje. A las 6 de la tarde y en medio de una densa neblina, aterrizó en Cunco, una zona agrícola a 60 kilómetros de Temuco,. El terreno era muy desparejo y al tocar tierra, chocó contra unos alambres y el avión dio una vuelta entera. Cabeza abajo y suspendido por los correajes, tocó el suelo con las manos antes que con los pies. Pronto se juntaron a su alrededor algunos pobladores a quienes les preguntó dónde se encontraba. En Cunco, Chile le contestaron y así supo que había logrado su objetivo, el cruce de la Cordillera volando un avión.
Se había vencido nuevamente la Cordillera, ahora en avión, aunque no por las más altas cumbres y nuevamente por obra del coraje de un piloto argentino. Un trozo de la hélice del «Morane» máquina con la que CANDELARIA concretara su soñado cruce de la Cordillera, se encuentra en el Museo Nacional de Aeronáutica. A su regreso a Buenos Aires, fue recibido como un héroe; sin embargo, rápidamente su nombre cayó en el olvido. Sufrió un accidente que le provocó graves trastornos y desde entonces se dedicó a la pintura. Murió en 1963 en la provincia de Tucumán y sus restos fueron trasladados a la ciudad de Zapala
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